jueves, 10 de junio de 2010

LA DICTADURA DE LA BELLEZA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/6/2010)

Cada vez estoy más convencido de que la belleza, ese preludio hechicero del amor, depende de nuestra mirada. Aunque a los marchantes de la moda y a los teóricos de la horterada les convenga afirmar que la belleza se establece según cánones artificiosos, lo cierto es que en cada época han convivido infinidad de cánones dispares cuya vigencia no se extendía más allá de la mirada de un hombre que se posaba sobre una mujer para encumbrarla con su devoción. Rubens, a través de su mirada más flamenca y barroca, supo hacer bellas a las celulíticas más orondas. Murillo convirtió en vírgenes a las cantineras con las que se tropezaba en los tugurios más íntimos de Sevilla. Y como éstos podría poner otros ejemplos.

No hay amor sin una mirada previa que nos configure a la medida exacta de los anhelos ajenos, del mismo modo que no hay belleza en términos absolutos, sino que la belleza, para existir, requiere de unos ojos que chispeen ante su presencia. Y es que vivimos en una sociedad obsesionada por la juventud y la belleza. Las revistas femeninas ignoran a las mayores de cincuenta años. Tratan de evitar sus fotografías, y cuando no les queda más remedio que mostrar a famosas de cierta edad, acuden prestas a la magia del Photoshop. En cuanto a las presentadoras y periodistas que salen en la pequeña pantalla, o bien son jóvenes, o aparecen caricaturizadas o bien se intenta que no aparenten su edad. El mensaje es obvio: las mujeres más representativas de nuestra sociedad pueden ser visibles en tanto sean bellas (según el canon vigente) y jóvenes (o lo aparenten), aun cuando trabajen mal. Y qué decir de nosotros. Ya no se lleva eso de comparar la hermosura del oso con el hombre. La dictadura de la belleza también nos ha invadido y ahora el canon de la perfección pasa por músculos marcados, tabletas de chocolate en el vientre y torsos depilados. Pero he de reconocer que en el caso de los hombres se hace más la vista gorda y, en muchos casos, aún sigue perdonando la barriguita de los cuarentones como elemento inherente a la condición masculina.

En cualquier caso, quiero pensar que esta dictadura insensata de la belleza remitirá pronto. Es por ello que considero que no lograremos despojarnos de nuestros complejos hasta que no aceptemos que tenemos que gustar al otro; no a cualquier otro, sino a ése que un día elegimos para que nos mejore con su mirada al margen de los cánones impuestos; a ése que nos complementa con su presencia, a ése que elegimos para que fuera el espejo en el que poder contemplarnos sin tapujos, con nuestro equipaje de años, arrugas y adiposidades.

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