Hola, buenas tardes señor Esteban. Reconozco que, en
principio, no reaccioné a esa voz caribeña que oía por el móvil. ¿Señor Esteban,
está usted ahí? Miré el reloj. Las cuatro de la tarde. Justo en medio de la diaria
siesta que no perdono por nada. ¿Quién es, qué quiere? Hola señor Esteban, mi
nombre es Flavia y le llamaba para preguntarle si está contento con el
consorcio de su celular. ¿Lo qué? Oiga será que son las cuatro de la tarde, que
me acaba de despertar de la siesta o la modorra que tengo pero entendí ni una
palabra. Señor Esteban. Le llamo desde el consorcio X (entenderán que no haga
publicidad a esa compañía telefónica…) y le ofrecemos Internet para su
computadora y una línea económica para su celular por tan solo X euros (tampoco
publicitaré la oferta). ¿Qué le parece señor Esteban? Es menos de lo que está
pagando. Allí estaba yo, sentado en la cama (siempre duermo la siesta en la
cama y con pijama), despeinado, con restos de babilla aún en la almohada y
mirando fijamente el móvil sin acabar de creer lo que oía. Respiré hondo. A fin
de cuentas, esta mujer está trabajando y no seré yo quién la mande a… tomarse
un refresco. En primer lugar, señorita, ¿Cómo sabe mi número de teléfono o
celular o lo que sea? Y ¿Cómo sabe lo que pago en mi factura? Se supone que son
confidenciales. Señor Esteban, los licenciados de este consorcio me pasaron los
datos. ¿Qué le parece la oferta? Es única para usted y… ¡No pude más!.
Reconozco que no estuve muy fino, pero colgué el teléfono dejándola con la palabra
en la boca. Un minuto después, volvió a sonar el móvil y, nuevamente, con
número oculto (algo que me fastidia sobremanera). Señor Esteban, buenas tardes.
Antes se cortó la comunicación. ¿Qué le parece la oferta? ¿Está usted contento
con el consorcio de su celular? ¡Y vuelta la burra al trigo!. Señorita Flavia,
no quiero cambiar. Estoy contento con mi consorcio, con mi celular y con mi
computadora (ya, a estas alturas, se me había pegado el hablar caribeño).
Gracias, no me interesa. ¿Por qué, señor Esteban? Es una oferta irrechazable pensada
para usted. Lo siento, cuelgo. No me llame más. Lo pensé pero al final no
silencié el móvil pensando que no volvería a llamar.
Y a los 5 minutos, otra
vez la llamada oculta. Pensé en estrellar el móvil contra la pared pero ¿qué
culpa tenía mi “celular”? ¿Dígame? ¿Señor Esteban? Mi nombre es Graciela (otra
telefonista) y le llamaba para preguntarle si está usted contento con el
consorcio de su celular. Me encendí. Cambié la voz a más grave y con tono
agresivo le dije: Oiga, llama usted con número oculto a la Jefatura Nacional de
Policía Criminal. Algo penado por la ley. Identifíquese para proceder a su inmediata
detención. Colgó. Ni un comentario, ni una disculpa. Colgó. Aprendí varias
cosas de todo esto. A silenciar el móvil durante la siesta. A no responder a un
número oculto. A no ser tan paciente ante una compañía acosadora y a desconfiar
de alguien que ponga el señor antes del nombre. Por si acaso…
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