miércoles, 16 de octubre de 2013

SEÑOR ESTEBAN


(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/10/2013)
Hola, buenas tardes señor Esteban. Reconozco que, en principio, no reaccioné a esa voz caribeña que oía por el móvil. ¿Señor Esteban, está usted ahí? Miré el reloj. Las cuatro de la tarde. Justo en medio de la diaria siesta que no perdono por nada. ¿Quién es, qué quiere? Hola señor Esteban, mi nombre es Flavia y le llamaba para preguntarle si está contento con el consorcio de su celular. ¿Lo qué? Oiga será que son las cuatro de la tarde, que me acaba de despertar de la siesta o la modorra que tengo pero entendí ni una palabra. Señor Esteban. Le llamo desde el consorcio X (entenderán que no haga publicidad a esa compañía telefónica…) y le ofrecemos Internet para su computadora y una línea económica para su celular por tan solo X euros (tampoco publicitaré la oferta). ¿Qué le parece señor Esteban? Es menos de lo que está pagando. Allí estaba yo, sentado en la cama (siempre duermo la siesta en la cama y con pijama), despeinado, con restos de babilla aún en la almohada y mirando fijamente el móvil sin acabar de creer lo que oía. Respiré hondo. A fin de cuentas, esta mujer está trabajando y no seré yo quién la mande a… tomarse un refresco. En primer lugar, señorita, ¿Cómo sabe mi número de teléfono o celular o lo que sea? Y ¿Cómo sabe lo que pago en mi factura? Se supone que son confidenciales. Señor Esteban, los licenciados de este consorcio me pasaron los datos. ¿Qué le parece la oferta? Es única para usted y… ¡No pude más!. 

Reconozco que no estuve muy fino, pero colgué el teléfono dejándola con la palabra en la boca. Un minuto después, volvió a sonar el móvil y, nuevamente, con número oculto (algo que me fastidia sobremanera). Señor Esteban, buenas tardes. Antes se cortó la comunicación. ¿Qué le parece la oferta? ¿Está usted contento con el consorcio de su celular? ¡Y vuelta la burra al trigo!. Señorita Flavia, no quiero cambiar. Estoy contento con mi consorcio, con mi celular y con mi computadora (ya, a estas alturas, se me había pegado el hablar caribeño). Gracias, no me interesa. ¿Por qué, señor Esteban? Es una oferta irrechazable pensada para usted. Lo siento, cuelgo. No me llame más. Lo pensé pero al final no silencié el móvil pensando que no volvería a llamar. 

Y a los 5 minutos, otra vez la llamada oculta. Pensé en estrellar el móvil contra la pared pero ¿qué culpa tenía mi “celular”? ¿Dígame? ¿Señor Esteban? Mi nombre es Graciela (otra telefonista) y le llamaba para preguntarle si está usted contento con el consorcio de su celular. Me encendí. Cambié la voz a más grave y con tono agresivo le dije: Oiga, llama usted con número oculto a la Jefatura Nacional de Policía Criminal. Algo penado por la ley. Identifíquese para proceder a su inmediata detención. Colgó. Ni un comentario, ni una disculpa. Colgó. Aprendí varias cosas de todo esto. A silenciar el móvil durante la siesta. A no responder a un número oculto. A no ser tan paciente ante una compañía acosadora y a desconfiar de alguien que ponga el señor antes del nombre. Por si acaso…

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