(Artículo publicado en Viva Jerez el 5/5/2014)
Me patean esos individuos que te apartan por ser diferente. Me asquean esas
personas que discriminan a los demás por no ser de su misma raza, religión o
tendencia sexual. Aborrezco a aquellos que creen hablar en nombre de los demás
y que utilizan el término “normal” como única vara de medir. Me entristece
observar en la sociedad actual comportamientos xenófobos, racistas y
excluyentes que únicamente persiguen situarse en una posición superior y, desde
esa atalaya absolutista, utilizar la fuerza como argumento y el poder en vez de
la razón. En algún otro artículo subrayé que este mundo en el que nos ha tocado
vivir, es de todos y de nadie. Formamos parte de un todo llamado naturaleza (a
la que por cierto maltratamos, dicho sea de paso). Esta sociedad la hemos
creado entre todos y, entre todos, hemos elaborado las leyes que nos permiten
convivir en armonía. Sólo aquellos que no acepten formar parte de esta
estructura, bien autoexcluyéndose conscientemente o bien contraviniendo la ley
que hemos consensuado entre todos, pueden considerarse al margen. Los demás, la
mayoría, forma parte de una cadena a la que no le sobran eslabones.
Nadie es
dueño de esa cadena ni nadie puede hablar en su nombre. Ni gobernantes, ni
políticos, ni empresarios. Es la colectividad, entendida ésta en un sentido
estrictamente democrático y plural, la única que puede crear, alterar o
suprimir esas normas que nos hacen iguales ante la ley. Por eso, me duele
enormemente cuando a través de los medios de comunicación escucho los
constantes episodios de violencia masculina hacia las mujeres, los ataques
gratuitos de “los elegidos” de un determinado partido político frente a “los
otros”, los actos terroristas de unos pocos que se creen muchos contra todos,
las humillaciones que sufren algunos homosexuales por su valentía al salir del
armario o los abusos y vejaciones hacia los inmigrantes porque son diferentes y
“nos van a invadir”.
Afortunadamente se trata de actos cada vez más aislados,
pero no debe bajarse la guardia frente a la intolerancia. La historia nos
advierte de los errores del pasado y debemos tenerla presente a fin de no
repetirlos. Negros, blancos y amarillos. Heteros, bis y homosexuales. De
derechas y de izquierdas. Discapacitados o no. Cristianos, musulmanes o ateos.
Altos y bajos. Rubios y morenos. Hombres y mujeres. ¿Alguien se atreve a
afirmar que es mejor que el otro?. Parafraseando a Víctor Manuel, “Aquí cabemos
todos... o no cabe ni Dios”.
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